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Recuerda que cuando apuestas contra ti, solo puedes perder.

Nos esquivamos durante diez meses que pudieron ser dos vidas, desviamos la mirada hasta que chocamos de frente, y en el impacto no tuvimos más remedio que parar a comprobar los daños.
Tú saliste indemne. Yo soy la que siempre va con prisas, con los ojos cerrados y esperando que cuando me decida a abrirlos, aún me estés mirando. Y pienses en lo poco que faltó para no dejarme marchar. Y en lo mucho que desearías no haberlo hecho tan mal.

El día de lluvia tuvo su noche de luces, de rojo fuego, sus seis cuerdas y mis mil gritos, y tú y yo tan cerca que casi podíamos tocarnos, sin caer en que un día pudimos haber sido la canción más bonita del mundo. Fingiendo ahora que no sé evitar caer en cada trampa que pones.

El abrazo que solía recomponerme ahora aprieta tanto que me rompe en todos los pedazos que una vez supiste unir.
Me miraste y vi venir las mismas preguntas vacías de siempre. Me preparé para esta guerra fría que conocemos mejor que cualquier calentón. Ese "estoy perfectamente" de cementerio. Esa sonrisa de rebajas para ti.
El silencio que vuelve a llenarse con todo lo que una vez no dijimos.

Y en ese momento entendí lo que hasta entonces solo había intuido, que a veces los espejos rotos son los que mejor me reflejan.
Cuando sientes que no queda nada que salvar, cuando se derrumba todo lo que intentas arreglar y te quedas sola en un edificio en ruinas, agarrada a un clavo ardiendo que te destroza la piel. De pronto solo quieres matar las mariposas, ahora cuervos, que tratan de atravesar tu pecho para ser libres. Matarlas acabando contigo, sin desaparecer tú.

Me pregunto si sigues teniendo la habilidad de leerme mejor que cualquier canción, y si te diste cuenta de todo lo que pasó en ese abrazo. Cómo tiraste la muralla y tú misma pusiste la primera piedra.

Y sobre todo, me pregunto si te giraste en algún momento antes de doblar la esquina, si pudiste ver cómo me rompía y cómo entre tres me intentaban arreglar.

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