La chica amarilla conoció, cayó y superó a Alguien.
Meses después, tropezó con un diamante y lo quiso para ella. Peleó y perdió, porque los diamantes deben estar con joyas, y la chica amarilla no esconde tesoros, solo avispas.
Pensó en cómo le gustaría brillar, dejar de ser amarilla y ser azul, o verde, reflejar y hacerse ver. Que el diamante la mirara. A ella, por ser ella.
Y mientras ella soñaba, él disfrutaba viendo su reflejo en el mundo. Todos le miraban, y él lo sabía. Y le gustaba. Le encantaba que la chica amarilla volara a su alrededor. Sonreía y domesticaba a las avispas.
Hasta que descubrió que el diamante no solo reflejaba, sino que también sentía. Y no por la chica amarilla.
Ella no se enfadó, era solo un segundo Alguien: en vez de tinta, joyas. Todos tenían algo que ofrecer, y ella solo avispas. Agachó la cabeza y lloró tan callada que la escucharon hasta las avispas de debajo de su piel.
Y por una vez, en vez de picarla, trataron de protegerla. Era su chica, la chica amarilla. Nadie que no vistiera como ellas podría hacerle daño.
La arroparon, y convirtieron Grecia en las ruinas de un palacio. Y la hicieron a ella su reina.
La cuidarían hasta que la propia chica amarilla entendiera que ella también brillaba, que solo tenía que dejarse ser ella, amarilla. Que hasta ahora había tratado de encerrarse en la piel de un discreto diamante.
Y las avispas necesitan volar.
Que los diamantes son la primera opción, pero nunca la única.
Meses después, tropezó con un diamante y lo quiso para ella. Peleó y perdió, porque los diamantes deben estar con joyas, y la chica amarilla no esconde tesoros, solo avispas.
Pensó en cómo le gustaría brillar, dejar de ser amarilla y ser azul, o verde, reflejar y hacerse ver. Que el diamante la mirara. A ella, por ser ella.
Y mientras ella soñaba, él disfrutaba viendo su reflejo en el mundo. Todos le miraban, y él lo sabía. Y le gustaba. Le encantaba que la chica amarilla volara a su alrededor. Sonreía y domesticaba a las avispas.
Hasta que descubrió que el diamante no solo reflejaba, sino que también sentía. Y no por la chica amarilla.
Ella no se enfadó, era solo un segundo Alguien: en vez de tinta, joyas. Todos tenían algo que ofrecer, y ella solo avispas. Agachó la cabeza y lloró tan callada que la escucharon hasta las avispas de debajo de su piel.
Y por una vez, en vez de picarla, trataron de protegerla. Era su chica, la chica amarilla. Nadie que no vistiera como ellas podría hacerle daño.
La arroparon, y convirtieron Grecia en las ruinas de un palacio. Y la hicieron a ella su reina.
La cuidarían hasta que la propia chica amarilla entendiera que ella también brillaba, que solo tenía que dejarse ser ella, amarilla. Que hasta ahora había tratado de encerrarse en la piel de un discreto diamante.
Y las avispas necesitan volar.
Que los diamantes son la primera opción, pero nunca la única.
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