Ir al contenido principal

El cuento se ha acabado. Puedes quedarte las perdices, tú no comes carne.

La jaula se ha cerrado, y nos ha pillado dentro.
A ver quién es el listo que se la juega al carcelero.

La cama ya no es el lugar seguro que era desde que dijiste adiós en ella.
Tinta corrida, posdatas de lágrimas, rejas de recuerdos y tú salvando al mundo, cuando la que  necesitaba ser salvada eras tú.
No creer en nada que no te destroce antes, hasta que creíste demasiado.

Tengo miedo de abrir el buzón y encontrar tu letra diciendo adiós.
Al menos, que me pille de cara a la pared, donde nadie pueda entenderlo.
Ni quiera ni pueda, que nunca van unidos, por mucho que te empeñes.
Si no sabes nadar, o te salvan o te ahogas, ¿recuerdas? Y los socorristas siempre tienen un culo más bonito que mirar.

Ahora cada canción tiene un nuevo sentido en ti, y cada letra, una es nostalgia sin tu risa.
Somos las niñas escondidas del mundo sin más miedo que al resto.
360 kilómetros ahora de giros completos, buscándote donde estoy solo yo.
12 horas sin pensar, sin dormir, atrapada entre el vacío y nuestras sombras.
Siempre dijimos que el luto no es negro, sino la ausencia de todo. Por eso siempre llevo algo blanco, para recordar que a la hora de la verdad, nunca hubo nadie a tu lado.
Miedo a que no solo tú me abandones, cobarde.
Y el consuelo de demasiados grados en mis ojos.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Soñé que sangrábamos hasta hacer crecer bosques.

Soñé con libros de poesía, apilados como entrada al mundo que creamos una madrugada mientras hablábamos del tiempo que nos quedaba por vivir. Un árbol contaba nuestra historia leída en un espejo, y tú sólo supiste decir que era la chica más rara con la que habías hablado. Yo me reí y me escondí. Te sorprendía que tuviese una opinión distinta sobre temas que apenas sabías que existían. Creí que era el momento de coser los sueños que nos habían pisado. Creí que podría luchar, y me habría lanzado al puñal si hubieras estado sonriendo enfrente. Apuñalarse en el pecho es la forma más rápida de rozar un corazón. Soñé que aprendía a dejar de contestar a cualquier nombre que no sonara como esa canción, y que todo el que me nombraba dedicaba un momento a pensar en ti. En ti, y en todas las veces que callé por miedo a dejarme ver. Te habría querido jugando en un tobogán o en una residencia. Pero llegó la despedida, y nos miramos; yo como si fueras el último clavo ardiendo y tú como si fue...

"Where your treasure is, there will your heart be also."

Tenía una fe ciega en que no era alguien de fe, pero qué coño, quería serlo. Las personas de fe eran felices. Idiotas, pero felices. Sin preguntarse nada, sin querer hacerlo; sin dudar de sí mismas, porque la fe era siempre la respuesta. A todo, incluso a las preguntas que no se atrevía ni a pensar. Ella no creía en nada. En nada, salvo en la ciencia, y en que si algo podía salir mal, saldría peor. Pero de vez en cuando también le gustaba creer en las risas de los niños en los parques, y en la suya cuando abrazaba a sus amarillos. Y creía en la lealtad. Sobre todo creía en la lealtad. Como concepto, nunca como realidad, al menos ajena. Buscaba desesperadamente algo a lo que poder entregarse, alguien con quién poder jugar a la comba con la soga atada al cuello y que no lo llamara suicidio, sino juego de niños. Alguien digno de su admiración. Alguien que valorara sus ganas de morir y no apretara el gatillo, sino que le quitara el arma y se apuntara a la sien. Y apretara, solo par...

Hipérbole.

Entraste, y entre las cien personas que había, de pronto ya solo brillaba una. No habías abierto la boca y yo ya respiraba tu voz. Siempre fuiste la ilusión de no caer, justo antes de estrellarme contra el suelo. Entraste, y por un momento todo se paró. Te hiciste a un lado para que entrara ella, y todo empezó a girar. De pronto, quise arrasar a esas cien personas, que nadie saliera de allí sin una marca de mi herida en su piel. Y mi cara, la cara de un asesino al descubrirse en los ojos de su víctima. Quise besarte para explicarte que nadie iba a matarte como yo. Y quise besarla a ella, para entender por qué ella podía volar contigo y no a mi altura. Te miré. Como de costumbre, no me viste, y yo me hice tan pequeña que pude desaparecer. Pero no esa noche. Esa noche era gigante, esa noche era X. Y X jamás se dejaría esfumar, no con ese vestido, no con esos ojos, no por alguien como tú. Esa noche X estaba grabada en mi piel. Así que soñé con acercarme a ti y decirte al oído:...