Ir al contenido principal

Ojalá exista e insista.

Ella tenía la clase de magia que a él le volvía loco. La locura, el frágil equilibrio, tan frágil que te arañaba con los ojos cuando te besaba con las pestañas.

Ella era la clase de chica de las que hablaban las canciones que componía él, hasta que la conoció. A partir de entonces fue incapaz de escribir una sola nota, tal vez por sobredosis. De pronto nada era suficiente. Solo tenía ojos para el mundo que ella le mostraba.

Pero ella no se dejaba querer, porque decía que no merecía más que una puñalada de hielo cada primavera, para recordar que lo que vendían como amor no era más que la ironía de una droga barata.

Las chicas como ella son peligrosas, porque no han conocido a nadie capaz de conquistarlas. Te dan todo y a la vez desaparecen sin dejar más rastro que la sangre con la que firmaste, porque nunca acaban de caer. La inseguridad constante, una herida que rara vez sana, y que hace tanto daño al dueño como al tonto.

Las chicas como ella cortan.

Quiere creer que un poco de cariño le hará crecer, que ese que se lo da todo de frente es el mismo que se esconde en sus sueños, que el mismo idiota que quiere entender cada cara del laberinto en el que ella está perdida, es el mismo que va a salvarla cada lunes.

Y ojalá lo fuera. Ojalá lo sea.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Soñé que sangrábamos hasta hacer crecer bosques.

Soñé con libros de poesía, apilados como entrada al mundo que creamos una madrugada mientras hablábamos del tiempo que nos quedaba por vivir. Un árbol contaba nuestra historia leída en un espejo, y tú sólo supiste decir que era la chica más rara con la que habías hablado. Yo me reí y me escondí. Te sorprendía que tuviese una opinión distinta sobre temas que apenas sabías que existían. Creí que era el momento de coser los sueños que nos habían pisado. Creí que podría luchar, y me habría lanzado al puñal si hubieras estado sonriendo enfrente. Apuñalarse en el pecho es la forma más rápida de rozar un corazón. Soñé que aprendía a dejar de contestar a cualquier nombre que no sonara como esa canción, y que todo el que me nombraba dedicaba un momento a pensar en ti. En ti, y en todas las veces que callé por miedo a dejarme ver. Te habría querido jugando en un tobogán o en una residencia. Pero llegó la despedida, y nos miramos; yo como si fueras el último clavo ardiendo y tú como si fue...

"Where your treasure is, there will your heart be also."

Tenía una fe ciega en que no era alguien de fe, pero qué coño, quería serlo. Las personas de fe eran felices. Idiotas, pero felices. Sin preguntarse nada, sin querer hacerlo; sin dudar de sí mismas, porque la fe era siempre la respuesta. A todo, incluso a las preguntas que no se atrevía ni a pensar. Ella no creía en nada. En nada, salvo en la ciencia, y en que si algo podía salir mal, saldría peor. Pero de vez en cuando también le gustaba creer en las risas de los niños en los parques, y en la suya cuando abrazaba a sus amarillos. Y creía en la lealtad. Sobre todo creía en la lealtad. Como concepto, nunca como realidad, al menos ajena. Buscaba desesperadamente algo a lo que poder entregarse, alguien con quién poder jugar a la comba con la soga atada al cuello y que no lo llamara suicidio, sino juego de niños. Alguien digno de su admiración. Alguien que valorara sus ganas de morir y no apretara el gatillo, sino que le quitara el arma y se apuntara a la sien. Y apretara, solo par...

Hipérbole.

Entraste, y entre las cien personas que había, de pronto ya solo brillaba una. No habías abierto la boca y yo ya respiraba tu voz. Siempre fuiste la ilusión de no caer, justo antes de estrellarme contra el suelo. Entraste, y por un momento todo se paró. Te hiciste a un lado para que entrara ella, y todo empezó a girar. De pronto, quise arrasar a esas cien personas, que nadie saliera de allí sin una marca de mi herida en su piel. Y mi cara, la cara de un asesino al descubrirse en los ojos de su víctima. Quise besarte para explicarte que nadie iba a matarte como yo. Y quise besarla a ella, para entender por qué ella podía volar contigo y no a mi altura. Te miré. Como de costumbre, no me viste, y yo me hice tan pequeña que pude desaparecer. Pero no esa noche. Esa noche era gigante, esa noche era X. Y X jamás se dejaría esfumar, no con ese vestido, no con esos ojos, no por alguien como tú. Esa noche X estaba grabada en mi piel. Así que soñé con acercarme a ti y decirte al oído:...