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Lo primero que debéis saber de la chica amarilla es que ella jamás subiría a un tren que no se estrellara con Alguien.

Antes de morir, la chica amarilla le pidió a Alguien que se quedara, y Alguien se quedó, la abrazó y se fue con sus dibujos.
La chica amarilla quiso que Alguien le pidiera que no se fuera, y no se fue aunque no lo hiciera.
Ella nunca fue suficiente para Alguien, y aún así siguió esperando. Siempre más y mejor, pero nunca ella.

Más de una vez leyó que, si tenías suerte, a veces sufrías una conexión especial. Hay quién los llama amarillos, casualidades, o una X que no es la X que cuida de ella..., pero la chica amarilla ya lo es y la ironía responde al resto.

Se convenció de esa X distinta a su X cuando conoció a Alguien. Porque no se miraban como se miraba el resto, a pesar de los colores.
Porque compartían mundo, y cuando se miraban a solas, creaban uno nuevo, donde no importaban terceros, y donde la chica amarilla quería quedarse a vivir.

Habría recorrido las líneas de la mano de todas sus avispas porque Alguien lo entendiera.
Pero el corazón de Alguien seguía perdido en tinta. En tinta negra, tinta muerta, tinta en los ojos que miraban a la chica amarilla. Tinta con sabor a la sangre de la chica amarilla.

Quiso hacerse necesaria, y subió al piso 101115 dispuesta a destrozarse las flores contra el suelo si Alguien no la esperaba abajo.

Y saltó.
Y Alguien la esperó, la abrazó y se fue con sus dibujos.
Y cuando se hubo ido, ella se levantó y con el dibujo del asfalto grabado en la piel, se alejó.

Pero que nadie se confunda; para que lo entendáis, la chica amarilla jamás subiría a un tren que no se estrellara con Alguien.


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