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La persecución de tu sombra y la mía. O igual ya es la misma.

Recuerdo que solía pensar qué sería de mí si no estuvieras para cubrirme las espaldas, y llegaba a la conclusión de que hay algunas preguntas que caen mejor cuando no tienen respuesta.

Hasta que una tarde de abril, con la autoestima arrastrada, vi que hacía ya mucho que no eras capaz de sacarme algo que no fuera un motivo para abandonar.
No quería llorar, no quería sentir, no quería sino desaparecer.
Pero moviste el mundo por mi, pensaba; te debía compensar.

"Sácame de aquí", te pedía, después de haber sido tú el que me empujabas al límite.
Me escondía, sola en la oscuridad, huía de todos, mentía por ti.

Pero cada vez te controlas menos, porque cada vez te importa menos.
Un golpe, me ahogo; dos, me hundo; tres, aguanto; te necesito, y solo dueles.
La primera marca, el último aviso.
Nunca más, me juro.
Te encontraré, prometes.

Siempre detrás, la sombra letal, como si nuestros meses no hubieran sido suficientes.
Como si no hubiese suficiente rabia en el mundo para calmarte.
Tu miedo a perderme y el mío a que no me dejes nunca se buscan en cualquier llamada intempestiva.
Mi ansiedad me grita que escape.
Arranco tus cadenas con  un mísero papel, para que luego digan que las palabras no cortan.

En tu último intento desesperado, insistes en que nadie me querrá como tú, sin entender que eso es lo único que busco.
A nadie como tú.
No moviste el mundo para mi. Me lanzaste a la realidad sin mirar, pero el golpe más duro lo sufriste tú.



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