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Con la espada al revés y las manos sangrando, luchando contra quien intentara salvarle.

Le regalé la espada con la que escribí "FIN" en su piel. Pude ver en su cara cómo mis palabras le atravesaban los ventrículos, y cómo luchaba por desentrañarlas. Le vi en el suelo, intentando recomponerse. Se levantó y se tambaleó durante un par de pasos, confuso, deshecho. No sabía cómo reaccionar, esta herida no entraba en los planes.

Y por un momento lo vi, con el pelo revuelto y la cara desencajada, con los ojos llenos de lágrimas ardiendo. Un corazón roto es lo más desgarradoramente bello que verás. Y quise volver atrás, no ser testigo de la catástrofe, o dejarme morir en ella.

Pero no lloró, ni se cayó en pedazos frente a mí. Ahí me di cuenta de que era mil veces más fuerte que yo, que ese corazón podía herirme de muerte, pero yo me adelanté.

Cogió la espada por el filo, y me la ofreció, no sé si para borrar el final o para atravesarlo. Y nos quedamos allí, paseamos en silencio hasta que no quedó nada que no decir, y nos abrazamos en un adiós trágico, digno de esta historia.

Le dejé ir. Le dejé romperse y ahora quiero ser la que lo cure, sin ser yo.


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