Nos
conocimos en el oscuro de un bosque con nombre propio, que vive y se marchita a
la vez. Aquí da igual que seas brizna, pájaro o roble; existes y escribes, y
todo puede pasar.
Ojos de cervatillo sorprendido en el claro, me miras paralizada y huyes cuando
sonrío. Pero yo no soy cazador, sino ganada.
No
dejas que te quieran, y no sabes por qué. Pues calla y escucha, que te lo
voy a decir: tienes miedo. Quisiste una vez y te destrozaron de todas las
formas posibles. Estás acojonada, y te escondes bajo capas de ironía y
acero, huyes a cualquier realidad que te aleje de la tuya. Cada pastilla es la
llave a un mundo sin amor ni muerte, sin nada que duela; cada botella vacía, la
prueba de muerte de tu libertad.
Te da pánico sentir. Como diría una que yo me
sé, “te paso”.
Odias
la idea de depender de alguien, porque todos se van. No permites que nadie esté
cerca el tiempo suficiente para encariñarte. Te haces odiar para no tener que
amar. Y aún intentas descubrir cómo querer reconstruirte.
Yo no
te voy a prometer ningún final feliz; no creo en ellos. Ni que te daré
respuestas, porque ni siquiera tengo las preguntas. Y tampoco que vaya a pegar tus pedazos, que bastante tengo
con no cortarme con los míos.
Es más,
estoy segura de que dolerá. Que miraremos al sol y la luna y nos preguntaremos
cuándo veremos solo un astro. Pero te prometo que valdré la pena, que un día
señalarás las estrellas y yo solo te miraré a ti.
No soy
una chica de finales felices; ni siquiera soy una chica optimista. Pero te
propongo un trato. Quizá tus trozos me duelan menos, y los míos te corten
dulce. Podemos hacer un corazón artificial que
refleje nuestras heridas, ya casi cicatrices. Lo que quieras, pero que sea
nuestro. Piénsalo, tú y yo somos las luces que iluminan el bosque. Déjanos
brillar.
Es la tragedia de cómo el bosque cuida su corazón, y el leñador que finge
admirarlo se lo arranca del pecho sin excusas.
Pero ya
deberías saber que yo no soy leñador, ni vengo a cazar. Que yo soy brizna,
pájaro y roble, y solo vengo a hacerte bailar.
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