Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de 2015

La chica amarilla.

La chica amarilla odiaba tanto ese color que se cubrió entera de él, a ver si las avispas confundían su miedo con un hogar y en vez de picarla, la besaban. Por el simple hecho de sentir algo, había deseado que la picaran, solo para despertar algún tipo de interés por ella. Pero ni de su parte ni de la del mundo. Un día sin número conoció a Alguien, que prefería los dibujos de las flores a las propias flores, porque decía que la flor muere, pero la tinta nunca. Y la chica amarilla se tatuó una flor, y decidió escribir con el tallo el nombre de la avispa, porque sabía exactamente el lugar de la habitación en que estaba Alguien en cada momento.  A Alguien le gustaba la chica amarilla, pero no vio en su tatuaje ninguna razón para buscarla. Seguía prefiriendo los dibujos muertos, y esta flor tenía vida. Así que la chica amarilla mandó a sus avispas a besar a Alguien, para crear algo más que tener en común. Pero Alguien odiaba a las avispas, y a pesar de que le gu...

A veces soñar no es suficiente, a veces hay que aprender a volar.

Hoy he aprendido a soplarle a la luna, me han dicho que ella siempre escucha. Así que voy a abrir la ventana y voy a pedirle en bajito, con la vergüenza del que pide imposibles que sabe no podrá compensar, que me busques. Ni siquiera que me quieras. Ni que funcione, no voy a abusar. Solo que me busques. Dicen que a situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Pero aquí solo estoy yo, aún apostando a ciegas al rojo. Como yo no creo en estas cosas, y no hay nada que pueda hacer, voy a soplarle a la luna. Por si ella sabe algo que a mí se me escapa. Voy a abrir la ventana y a hablarle, y por una vez voy a ser valiente, voy a soñar muy alto, aunque la caída me parta el cuello, para decirle que quiero ser especial, no para el mundo, ni siquiera en el mundo, solo para ti. Ser algo con lo que no contabas, algo que no esperabas, que se cruzó en tu camino y te fascinó. Quiero ser lo que no supiste ni quisiste evitar. Que te sorprendas pensando en mí una tarde cualquiera, que l...

"Where your treasure is, there will your heart be also."

Tenía una fe ciega en que no era alguien de fe, pero qué coño, quería serlo. Las personas de fe eran felices. Idiotas, pero felices. Sin preguntarse nada, sin querer hacerlo; sin dudar de sí mismas, porque la fe era siempre la respuesta. A todo, incluso a las preguntas que no se atrevía ni a pensar. Ella no creía en nada. En nada, salvo en la ciencia, y en que si algo podía salir mal, saldría peor. Pero de vez en cuando también le gustaba creer en las risas de los niños en los parques, y en la suya cuando abrazaba a sus amarillos. Y creía en la lealtad. Sobre todo creía en la lealtad. Como concepto, nunca como realidad, al menos ajena. Buscaba desesperadamente algo a lo que poder entregarse, alguien con quién poder jugar a la comba con la soga atada al cuello y que no lo llamara suicidio, sino juego de niños. Alguien digno de su admiración. Alguien que valorara sus ganas de morir y no apretara el gatillo, sino que le quitara el arma y se apuntara a la sien. Y apretara, solo par...

Mientras creas en mí, seré el diamante que lleve tu nombre.

No quieres ser alguien a quién mirar, ni admirar, y mi meta es no dejar nunca de ser tu reina. No te diré, ni sospecharás, que me mato por ver el orgullo en tu sonrisa. Ni que tengo miedo de que no me quieras más, que te canses de cuidarme, que me soportes por obligación. Las cosas cambian, lo sé. He crecido, y aún me conozco peor que muchos. Puedo ser pesada, insegura y caprichosa, alguien a quien le gusta complicarse. Alguien con más problemas de los que reconoce, y que jamás reconocerá necesitar nada de nadie. Alguien que desconfía por sistema, porque el sistema siempre ha sido igual, y nunca para ella. No creo en casualidades, pero tú me ganaste cada tarde en un mes. Me gusta que me cuiden, pero no. No me gusta que me protejan, menos tú. Me hiciste crecer y encontrar a quién quería ser. Ahora lucho por importarte lo suficiente para decepcionarte, y aún así ser capaz de no hacerlo. Mírame luchar como me enseñaste, no me evites los golpes, pero cuida de que ...

Nada especial, solo la conexión de dos personas que bailan, que escriben, que corren para no llegar a ningún sitio.

A encontró a R una tarde de verano en plena Gran Vía. R la convenció para dejar de correr, y eso, hablando de A, no es fácil. A la vio esperando el autobús con sus cascos puestos, como ella, bailando con la realidad agarrada a la barra como si desnudarse para el mundo fuera la única salida. Hizo un movimiento clásico y A supo que R era como ella, y que no eran como el resto. R movió la pierna y el mundo la miró. Movía los labios al ritmo de una canción que parecía encajar con la que sonaba en los cascos de A. La vio pasar girando sobre sí misma desprendiendo magia en cada paso y miró a su alrededor, no podía entender cómo nadie más veía lo que veía ella, la belleza en la sutilidad de sus movimientos, la manera de bailar mientras andaba, de no saber correr y sin embargo no parar de hacerlo. Las pocas veces que A no estaba fascinada por Madrid, odiaba su habilidad para anestesiar a la gente ante la magia. A sabía que de vez en cuando te cruzas con personas especiales, gente que no en...

Con la espada al revés y las manos sangrando, luchando contra quien intentara salvarle.

Le regalé la espada con la que escribí "FIN" en su piel. Pude ver en su cara cómo mis palabras le atravesaban los ventrículos, y cómo luchaba por desentrañarlas. Le vi en el suelo, intentando recomponerse. Se levantó y se tambaleó durante un par de pasos, confuso, deshecho. No sabía cómo reaccionar, esta herida no entraba en los planes. Y por un momento lo vi, con el pelo revuelto y la cara desencajada, con los ojos llenos de lágrimas ardiendo. Un corazón roto es lo más desgarradoramente bello que verás. Y quise volver atrás, no ser testigo de la catástrofe, o dejarme morir en ella. Pero no lloró, ni se cayó en pedazos frente a mí. Ahí me di cuenta de que era mil veces más fuerte que yo, que ese corazón podía herirme de muerte, pero yo me adelanté. Cogió la espada por el filo, y me la ofreció, no sé si para borrar el final o para atravesarlo. Y nos quedamos allí, paseamos en silencio hasta que no quedó nada que no decir, y nos abrazamos en un adiós trágico, digno de est...

Eres de ciencia ficción.

Nunca nadie me había hecho desear tener seis cuerdas. Quiero sentir sus ideas, que cada nota salga antes de mí que de sus dedos. Que cuente historias conmigo. Que rompa corazones y el mío lo proteja con dos mil vidas. Todas y cada una en las que han vivido esos huesos. Apenas cubiertos de piel, que arranque la mía en cualquier vis a vis. No prometo no romper a llorar, ni dejar de hacerlo. Un gato maullando por los tejados de Madrid. Arropado por todos los cantantes que una vez juraron bajar al infierno en una inmersión de 10 horas al sol. Conocidos en cada esquina de una ciudad que, dormida, entiende lo que sueña cuando está despierta. Sueña con fundirse en su magia, entender su manera de retorcer emociones. Y que baile con las mías. Y que nunca, nunca, nadie le haga desear tener seis cuerdas si no es para ser acariciada por él.

Conversaciones de ascensor que se han metido en mi cabeza.

A veces pienso en otra dimensión, en una sin cuchillos. En la que la mancha que dejan tus demonios no decore el cuerpo de los míos. Y no dependa de mi ambición, ni tu caos. Una realidad en la que la suerte no sea más que una metáfora del trébol, como la de las flores y la libertad de X. Da igual que lo sepas, hoy he vuelto a casa pensando en aquel par de segundos en los que estuvimos en el mismo lugar, tan cerca que el puente entre lo que no somos y lo que podríamos haber sido estalló entre mis costillas. Un ejército de tuertos se ha enamorado de mis miedos de tanto mirarlos, y ahora me siguen a dónde quiera repartir mis semillas de suerte. De mala. De golpes. No me pidas perdón, mis pecados aún pueden enamorarse de los tuyos. El sueño de ser se ha dormido, a ver quién despierta al dragón. Te espero en la barra, ponme lo de siempre y huye conmigo. Tú tampoco quieres sentir. Aquí no hay beso, solo química.

Nadie quiere algo como ella. Ahora, ella decide si alguien es nadie.

Sentada con su vestido de diamantes, como si nada pudiera romperla, invisible mientras todos la miran. Los ojos le pasan por encima, por delante y por debajo, pero nadie está mirando. Todos la quieren, y ella menos que nadie. Así que nadie más que ella. Nadie se da cuenta de que ese no es su sitio, que su sitio está en el hielo, a solas con sus cuervos. Nadie quiere entenderla, pero ella no se deja. Y se refugia en vidas ajenas por no enfrentarse al vacío de no tener nada. Finge que se ahoga para escuchar a sus pulmones luchando. A nadie le interesa, es más fácil hacer creer al mundo que es como todas las niñas tontas que la rodean, que ha encontrado su vida en un rectángulo blanco. No me malinterpretes, por supuesto que puedes ser feliz. Siempre que tengas claro a qué estás dispuesto a renunciar. Y ella no sabe querer menos que todo. Nadie es como ella, perdida en un mundo con más mentiras que gente que las crea. Pero al final nada importa, la niña del vestido de diamantes ...

Hay personas que son direcciones prohibidas, y no sabes lo que cuesta no tomarlas.

Demasiadas palabras sin sentido, había solo dos en nuestra línea y ahora me he perdido en el polígono que nos has pintado. Ya no me dices nada, solo hablas. No te preocupes por mí, estoy mal. Cuando te canses, vuelve. Igual es que es tan tarde que echo de menos todo lo que no fuimos, o que el insomnio nunca viene solo, como tú a mis fiestas, y acabamos cada madrugada de resaca de las velas que dejamos de soplar. Tú, porque descubriste que hay bellas casi iguales que solo se apagan si no pagas. Y yo porque... Me ahogo, aquí no queda nadie que me explique por qué el tiempo se escapa a la velocidad de la luz entre las sábanas. Tengo que irme, es la hora de las bellas. Lo entiendes, ¿no? El último suicida es el vivo, y yo decido de qué puente me tiro. Llamarás. Demasiado tarde, ya he saltado. Y respiro el país que explica lo que nos pasa entre las páginas. Por fin entiendo que la única manera de que me mires es la misma para evitar que me vea el resto. El aire entra, deja que te...

Ojalá exista e insista.

Ella tenía la clase de magia que a él le volvía loco. La locura, el frágil equilibrio, tan frágil que te arañaba con los ojos cuando te besaba con las pestañas. Ella era la clase de chica de las que hablaban las canciones que componía él, hasta que la conoció. A partir de entonces fue incapaz de escribir una sola nota, tal vez por sobredosis. De pronto nada era suficiente. Solo tenía ojos para el mundo que ella le mostraba. Pero ella no se dejaba querer, porque decía que no merecía más que una puñalada de hielo cada primavera, para recordar que lo que vendían como amor no era más que la ironía de una droga barata. Las chicas como ella son peligrosas, porque no han conocido a nadie capaz de conquistarlas. Te dan todo y a la vez desaparecen sin dejar más rastro que la sangre con la que firmaste, porque nunca acaban de caer. La inseguridad constante, una herida que rara vez sana, y que hace tanto daño al dueño como al tonto. Las chicas como ella cortan. Quiere creer que un poco ...

Y es que más que los monstruos, me asustan los silencios.

Los monstruos me hacen compañía desde que te fuiste, rompen el silencio que no para de gritar que ya no estás, que no me echas de menos. Tú lo sabías bien, por eso desapareciste sin dar ninguna explicación. Durante un tiempo te esperé, sabiendo que en cualquier momento sonaría el timbre y aparecerías en mi puerta para recoger lo que era tuyo: yo. Pero el amanecer y un par de copas me daban las buenas noches cada mañana y yo seguía durmiendo con tu recuerdo acostado junto a mí. Un par de veces me dejé llevar por las ganas de volver atrás y te busqué, pero parecías querer ser feliz con alguien que no era yo. No sé mentir, cualquier otra te ordenaría mejor. Esperé tanto que acabó apareciendo alguien que no eras tú reclamando lo que en aquel palacio dejó de ser mío. Y yo escuché sus palabras y salí corriendo en dirección contraria. A veces creo que no me interesa nadie que pueda reparar lo que tú rompiste, como el niño que junta las piezas de su juguete roto deseando que vuelva a ser...