Hago equilibrios sentada en mi butaca con el café de mi taza rota favorita y miro por la ventana para verte pasar por mi dosis diaria. Quizá levantes la mirada y huyas con mi optimismo en el bolsillo, mientras nuestra canción suena en repetición como banda sonora de la autocompasión.
Sola y
peor acompañada que nunca, rompo la taza un poquito más, descascarillo nuestra
pintura, la cafeína ya es parte de mí. Necesito algo excitante ahora que no
estás tú.
Ahora
que ya no hago las cuatro esquinas de tu cama a la vez, pidiendo un precio
diferente cada noche, como si me importara alguna estrella más que las de tus
ojos en blanco.
Es que
verás, mi problema sigue siendo el de siempre. Que prefiero ser tu nada al todo
de alguien más.
Me
recomendé pedir el ingreso en el psiquiátrico de al lado, y salir con una
camisa de fuerza y la vida acolchada en previsión de los golpes de realidad.
Podías haberme avisado de que los palos no siempre vienen de tu mano. Que cuando
el puñal te lo clava tu propia niña interior hay poco que hacer.
Tras
muchas horas en blanco y papeles sangrando tinta de cada herida, usé dos versos
de pestañas y pedí dos deseos.
Que el
cocodrilo me dé sus lágrimas para yo regalárselas a cualquier iluso. Y quedarme
con sus colmillos para usarlos de contra(a)dicción.
Cuando
pases por mi ventana y me encuentres tirada en la butaca, con mi taza favorita
rota a mis pies y nuestra canción en repetición, déjame. No me despiertes.
Ya me
recogerá el soñador que venga detrás.
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