Siempre me decías que era pequeña por fuera, pero exquisitamente complicada por dentro. Te gustaban mis cambios de humor, y te reías de mis días malos hasta hacerlos mejores que cualquier día bueno.
Te gustaba que fuera imprevisible, que me apuntara
al plan más absurdo del mundo y de repente me diera miedo una montaña rusa.
Quizá me dan miedo porque aguantarme ya es
suficiente adrenalina.
Adorabas la dulzura que era capaz de mostrar, y te
volvía loco mi mirada de niña buena.
Te gustaba mi forma de gesticular al hablar, y mi
manía de exagerarlo todo.
Te gustaba mi capacidad para emocionarme con el más
mínimo detalle, y que fuera capaz de perderme andando en línea recta.
Te gustaba mi ataque de risa en el momento más
inoportuno, y mi sarcasmo siempre al pie del cañón.
Te gustaba hasta mi manía más tonta, y te reías
cuando saltaba ilusionada por lo que para ti era una tontería.
Pero lo que más te gustaba de mí, es que pudiera
pasar de niña a mujer más rápido que el cambio de marchas del coche en el que
huiste.
Te gustaba yo. Mi yo real, el bueno y el malo.
O eso pensaba.
Un día dijiste que mi mirada te aclaró, y ese mismo
día desapareciste.
Por eso, ahora que te has largado para no volver,
quiero decirte un par de cosas.
Que me encantaba ese aire de príncipe medieval, pero
yo no soy una dama en apuros.
Que de hecho, me llevo mejor con mis apuros que con
la mayoría de la gente.
Que tu condescendencia algún día te hará el mismo
daño que quisiste hacerme a mí.
Que espero que tus dudas te busquen cada noche como
lo hacía yo, y que tengáis una lucha de las nuestras, de esas en las que tú
siempre salías perdiendo.
Que estés tranquilo, que la ambición que tanto te
gustaba de mi no se ha roto, y ahora solo eres un motivo más.
Que nunca te presenté a mi orgullo, pero ahora que
le conoces, ya ves que es más grande de lo que tú serás jamás.
Que tenías razón, todo es competición, y ten claro
que no voy a dejarte ganar. Ah, y recordarte que esa era la única manera en la
que tenías alguna posibilidad contra mí.
Y que me devuelvas el coche. Que ese cambio de
marchas corre más cuando no carga con tu ego.
Un día me dijeron que la belleza de una persona se
ve en sus ojos al hablar de lo que le apasiona.
¿Y sabes qué? Tus ojos no decían nada. Nunca conocí
tu pasión. Nunca supe nada de ti. Y te fuiste como quien deja escapar el humo
de un cigarro, sin esfuerzo, como si lo más natural fuera acabar así, sin un
mísero cliché. Quiero mi “No eres tú, soy yo”, para poder decirte “Pues es
verdad, aquí el gilipollas siempre has sido tú”.
No te gustaba yo. A ti solo te gustas tú, yo solo
era el cachorrito que el niño consiente hasta cansarse.
Te gustaba que fuera alguien a quien pudieras
proteger, pero ¿sabes qué? Nunca me ha hecho falta. Yo no necesito que nadie me
cuide.
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