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La risa es el miedo de los kamikazes.

La misma canción me ha escuchado llorar hasta caer rendida, cuando ya no quedaban lágrimas que regalarte. Ya no tengo deudas que pagarte, ni cuentas que rendirte.

Aprendí que a veces se suma restando, y que un número negativo no es más que un número con muy pocas ganas de volar.

Me asusté cuando dijiste que volar no es más que atreverse a saltar al vacío,
y que el vacío suele tener dentro todo lo que no hemos dejado salir.

Y me reí cuando me convenciste de que saltara de cabeza al abismo, porque descubrí que el miedo solo se va porque, mientras caes, no tienes nada que perder; ya has perdido.

También me asusté cuando afirmaste que el miedo a la oscuridad se pierde al encender la luz.
Y me reí cuando busqué luz y solo encontré estrellas fundidas, porque yo le perdí el miedo a la oscuridad al acostumbrarme a las sombras.

Y mientras suena la misma canción de siempre, te pido que no te rindas conmigo. Que aprendo rápido, aunque suelo cambiar las lecciones.

Me devolví una mirada perdida, y sonreí cuando me contesté que el miedo solo se va corriendo hacia él con mirada de loca, para que se asuste más de lo que mi reflejo podrá asustarme nunca.



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